LAS CONSECUENCIAS ECONÓMICAS DEL 11-S

      Es un hecho que los ataques terroristas del 11-S supusieron para la economía estadounidense un daño adicional, que venía a sumarse a las secuelas del pinchazo de la burbuja de las puntocom (que estalló a mediados de 2000), originando numerosas consecuencias políticas y militares a nivel global. Más allá de su devastador coste en términos humanos (cifrado en 2.977 personas), es evidente que estos atentados desencadenaron un cambio en la economía global, dejando tras de sí sectores que ya nunca volverían a ser iguales y asestando golpes a la globalización y a los paradigmas macroeconómicos, que quedarían sujetos al  pesimismo económico despertado por este hecho, y que acabaría reflejándose en las cifras del Banco Mundial (que en abril del 2001 veían un alza mundial de 2,2%, mientras que en octubre lo redujeron a 1,3%).


    El primer impacto económico se hizo notar en los índices bursátiles de Nueva York por la fiebre de ventas despertada a causa del pánico. El desplome fue tal que las autoridades tuvieron que suspender las cotizaciones hasta el 17 de septiembre, lo que supuso el cierre más largo desde la Gran Depresión. Las empresas cuyas acciones experimentaron las principales caídas fueron las aerolíneas, con desplomes del 40% (entre ellas American Airlines y United Airlines, cuyos aviones impactaron contra las torres), y también las aseguradoras. No obstante, los mercados de valores estadounidenses se recuperaron rápidamente, pues en noviembre volvieron a niveles previos al atentado, logrando registrar un crecimiento económico positivo del 1 % en 2001, a pesar del impacto de esta catástrofe.

    Los economistas coinciden en señalar que una de las principales consecuencias económicas que trajo consigo el 11-S y lo que ocurrió después, fue la pérdida de los límites en algunos de los indicadores, pues entre planes de estímulo, mayores gastos de guerra y las distintas medidas que se adoptaron tras los atentados, se pudo ver una flexibilización de los límites macroeconómicos, volviéndose a prender la máquina de guerra para impulsar las capacidades internacionales de Estados Unidos, y provocando que se rompieran las barreras fiscales que se habían impuesto al gasto público en ese país en los años 70. 

    En consecuencia, un efecto del 11 de septiembre fue la hipermilitarización de la economía estadounidense y la tremenda desviación de recursos hacia el ejército y otras agencias de seguridad. Por supuesto, este aumento en el gasto militar y en la seguridad ayudó a que se impulsara el crecimiento económico, pues estos sectores salieron ampliamente beneficiados; pero es evidente que se generaron con ello otros problemas que, para algunos, fueron el caldo de cultivo para crisis posteriores, pues EE. UU. se centró en temas militares y desatendió otros puntos claves de la economía, como por ejemplo las infraestructuras, tanto físicas como  humanas, pues  la educación, el cuidado infantil, el cuidado de los ancianos y la salud pública, quedaron desatendidos, creándose grandes déficits que limitaron la capacidad del gobierno para actuar en estos ámbitos y contrarrestar las recesiones.

     Además,  los economistas llegaron a entender, incluso, que estos ataques supusieron  un duro golpe a la estructura mundial basada en la globalización, pues desencadenaron el final dramático del sueño de una “globalización feliz”, porque aunque los mercados se recuperaron rápido del choque, el rumbo de esta cambió, pues con los conflictos internacionales liderados por Estados Unidos, los sectores militares y de seguridad crecieron vertiginosamente, mientras que la idea de una liberalización total de los mercados se vio afectada y seriamente dañada por lo ocurrido.

    Es cierto que para evitar esto, el gobierno estadounidense ideó medidas para intentar paliar la desaceleración económica con una reducción de los impuestos sobre la renta, sobre los dividendos y sobre el patrimonio, que acabó favoreciendo a las clases más acomodadas; el Congreso aprobó un fondo de rescate para aerolíneas de unos 15 mil millones de dólares y un Fondo de Compensación de Víctimas del 11-S con el fin de indemnizar a los familiares de los desaparecidos y los sobrevivientes y evitar que demandaran a las aerolíneas.

    De esta forma, la Reserva Federal trató de reflotar la economía, dañada por la crisis de las puntocom y el 11-S, con una política monetaria agresiva, basada en una intensa inyección de liquidez mediante la compra de deuda en manos de agentes privados y préstamos directos a la banca, protagonizando decisiones controvertidas como el recorte brusco de los tipos de interés y su mantenimiento por debajo del 2 % durante la posterior aceleración económica. Estos tipos de interés bajos alentaron el endeudamiento de los hogares y empresas, que optaron por la adquisición masiva de viviendas y la inversión en bolsa, haciendo que los bancos y agencias inmobiliarias multiplicaran la concesión de hipotecas, incluso a personas carentes de estabilidad financiera, las archiconocidas hipotecas subprime, permitiendo esta escasa regulación financiera la titulización de dichas hipotecas y su conversión en complejos activos financieros estructurados que se vendieron por todo el mundo.

    En este sentido, la política monetaria estadounidense posterior al 11-S, junto a la falta de regulación financiera y al comportamiento irresponsable de la banca y de los deudores, fue el germen de la gran recesión que llegaría 7 años después.

    Por ello, el drama que supuso el 11-S todavía deja tras de sí consecuencias para la economía internacional que, en épocas de crisis como la actual, se pueden observar más que nunca, analizándolas para que no vuelvan a repetirse. 







Publicar un comentario

0 Comentarios